La muerte tenía un precio – Sergio Leone, 1965

La muerte tenía un precio (V.O. Per qualche dollaro in più, a.k.a. “For a few dollars more”)

Italia, 1965

Director: Sergio Leone

Guión: Sergio Leone, Luciano Vincenzoni, Fernando Di Leo, Fulvio Morsella

Intérpretes: Clint Eastwood (Monco), Lee Van Cleef (Coronel Douglas Mortimer), Gian Maria Volontè (El Indio), Mara Krupp (Mary), Luigi Pistilli (Groggy), Klaus Kinski (Juan Wild)

Música: Ennio Morricone

Argumento

Un cazarrecompensas de aspecto sombrío llega a un pueblo de Nuevo México llamado Tucumcari. Cerca de las dependencias del sheriff ve un cartel de “se busca” del bandido Callaway, y se propone atraparlo. En el saloon averigua su paradero. No le resulta difícil localizarlo y tras enfrentarse a él lo elimina sin mayores complicaciones, pues es un tirador de muy certera puntería.

Tras cobrar su recompensa, encuentra un nuevo cartel y se dispone a realizar un nuevo trabajo. Pero el sheriff le avisa que tras ese fugitivo ya hay otro cazarrecompensas, un tal “Monco”.

Monco ya se encuentra en el saloon y ha avistado a su presa. Tras reducir al delincuente a golpes, sus compinches intervienen (uno de ellos ha salido apresuradamente de la barbería y tiene solo media cara afeitada). Pero Monco, cuyo manejo del revólver es prodigioso, acaba en pocos segundos con los cuatro (incluído Cavanage, el bandido fugado).

Al mismo tiempo, no lejos de allí, un grupo de forajidos mexicanos liberan a su líder, que estaba preso. Usando dinamita y matando a todos los guardias del penal (menos a uno, para que pueda contar lo que sucedió) el temible bandido conocido como “El Indio” escapa de la cárcel en una fuga espectacular.

Por su cabeza se ofrece una recompensa mucho mayor que por las de Callaway o Cavanage: 10.000 dólares. E idéntica suma por los integrantes de su banda, una docena de hombres. Los dos cazarrecompensas ven el cartel con la imagen del Indio y ambos, cada uno por su lado, comienzan a seguirle la pista.

El Indio es un forajido cruel y desalmado, un sádico psicópata. Va a buscar al individuo que le entregó a las autoridades, ahora casado y con un hijo pequeño. El bebé tiene 18 meses, justo el tiempo que el Indio pasó entre rejas… Lleva a la mujer y al niño fuera y hace que los maten; mientras que reta a un duelo al hombre: Deberán desenfundar sus respectivos revólveres cuando cese la música de un reloj de bolsillo que el Indio siempre porta consigo. Como era de esperar el fugado criminal es más veloz que su inexperto contrincante.

El cazarrecompensas más maduro, vestido siempre de negro, también tiene un reloj de bolsillo idéntico al del Indio. Mortimer, que así se llama el lúgubre personaje, decide partir hacia El Paso porque allí se encuentra el banco más importante de toda la zona y está seguro que el Indio y su banda intentarán dar un golpe allí. También Monco se dirige a El Paso. Ambos cazarrecompensas se instalan en sus respectivos hoteles, uno en frente del otro y muy cerca del banco, a la espera de que aparezcan los forajidos.

El Indio y los suyos se han atrincherado en una iglesia en ruinas cerca de la ciudad. Pronto varios de los secuaces del Indio llegan a El Paso y emprenden tareas de vigilancia en los alrededores del banco. Pues efectivamente, tal y como Mortimer suponía, tienen el propósito de atracarlo. El Indio ha accedido a informaciones privilegiadas que le serán de utilidad para desvalijar el banco, pues sabe que la mayor parte del dinero no se encuentra en la caja fuerte “oficial”, sino en un rincón de la oficina en otra caja fuerte oculta en el interior de un armario de madera corriente.

En el saloon de la localidad, Mortimer tiene un tenso encuentro con uno de los esbirros del Indio. Mortimer le provoca para comprobar su reacción. Si no responde es porque está preparando algo grande, y tendrá así la confirmación de que es un integrante de la banda del peligroso fugitivo.

Mientras los bandidos controlan el banco y sus vigilantes, los cazarrecompensas los controlan a ellos; con sendos prismáticos desde las ventanas de ssu respectivos hoteles. De ese modo, Monco y Mortimer se percatan mutuamente de la presencia del otro, sospechando así que tienen un competidor. Mortimer descubre que su intuición era correcta hojeando en la hemeroteca y descubriendo una foto del cazarrecompensas Monco; y éste, por su parte, consulta a un anciano conocido como “El Profeta”, quien le revela que el otro es un ex-coronel llamado Douglas Mortimer.

Ambos se convierten así en rivales. Una noche tiene lugar un desafío entre los dos, después de que Monco tratara que su oponente se marchara de El Paso. Pero cuando se dan cuenta de que además de tener objetivos comunes están tan igualados en su pericia con las armas de fuego, deciden sellar una alianza: Capturar juntos al Indio y a sus compinches para después repartirse la jugosa recompensa. Mortimer propone que “uno actúe desde fuera y otro desde adentro”, es decir, que uno de los dos se infiltre dentro la banda. Esa deberá ser la función de Monco, pues a Mortimer ya lo conocen a raíz del enfrentamiento que tuvo lugar en el saloon. Para ser aceptado en el grupo, Monco deberá liberar a uno de los hombres del Indio que sigue preso.

El Indio consume habitualmente marihuana, y cae en fases de somnolientos y melancólicos recuerdos mientras contempla su reloj musical de bolsillo, que tiene en su interior la foto de una joven…

Con la intención de evitar que las autoridades aparezcan en El Paso al momento de haber cometido el gran atraco, el Indio diseña una maniobra para despistar: Envía a cuatro de sus hombres a que poco antes den un pequeño golpe en una ciudad vecina menos importante. Uno de esos cuatro será Monco… Éste aprovecha para quitarse de encima a los tres bandidos.

Mientras el Indio y el resto de sus acólitos llevan a cabo con éxito el explosivo atraco (dinamitando las paredes del banco y llevándose el armario con la caja fuerte), los dos cazarrecompensas planean cómo ir liquidando a toda la banda.

Mortimer, por su parte, le pide a su compañero que le deje al Indio a él. El ex-coronel parece tener con el sanguinario malhechor una cuenta pendiente – Un asunto personal en el cual el reloj musical de bolsillo es el nexo…

Comentario

Las que para mí son sin duda las dos mejores trilogías de la historia del cine (La del “Padrino” de Coppola y la del “Dólar” de Leone) tienen principalmente una cosa en común: La segunda parte es tan buena como la primera o incluso mejor. Que la secuela iguale o supere a su antecesora es algo que casi nunca sucede, si descontamos las excepciones de “El Padrino II” o “La muerte tenía un precio” (cuyo título original “Por un par de dólares más” es un típico y obvio indicador de que la película es una secuela).

Tan grande fue el éxito de “Por un puñado de dólares” que al año siguiente Sergio Leone y su equipo decidieron filmar un nuevo western, en el que volverían a participar tanto Clint Eastwood (en el rol del “héroe”) como Gian Maria Volonté (nuevamente “el malo”). Lee Van Cleef o Klaus Kinski también estaban destinados a integrar el elenco de actores. El remake apócrifo en clave western del chanbara “Yojimbo” (Akira Kurosawa, 1961), tendría así una continuación.

Si bien esta vez los dos actores principales de la primera entrega interpretarían papeles que, aunque análogos, eran diferentes: Pues Ramón Rojo, el villano de “Por un puñado de dólares” había muerto. Gian Maria Volontè es ahora otro bandido mexicano, también histriónico e impredecible, igualmente sediento de sangre y de oro. El personaje de Clint Eastwood, por su parte, esta vez se llama “Monco” en lugar de “Joe”, pero es básicamente el mismo. Ese pistolero solitario, con su poncho, su sombrero y su purito se ha convertido en todo un icono – y no sólo en el ámbito del western, sino en el cine en general (“El hombre sin nombre”).

Clint Eastwood, por cierto, odiaba tener que llevar constantemente el purito en la boca durante los rodajes (nunca lo fumaba). Cuando Leone le contrató en 1965 para la segunda parte, Eastwood le pidió que esta vez su personaje no fuera fumador. Pero Leone le dijo que eso era imposible, pues el purito “era el auténtico protagonista”.

Lee Van Cleef da vida al maduro militar, ex-coronel convertido en cazarrecompensas, hombre igualmente solitario y taciturno – cuya motivación para encontrar al Indio va más allá de los dólares… (lo de la venganza personal del protagonista es un recurso que Leone emplearía de nuevo para su último western “Hasta que llegó su hora” en 1968)

Klaus Kinski tiene un papel secundario como uno de los esbirros del Indio. Las dos escenas en las que su personaje tiene relevancia son sumamente memorables: En ambas se enfrenta con Mortimer y la tensión se masca en el ambiente.

Otros dos secundarios repiten en la segunda parte de la trilogía (igualmente con papeles distintos): Mario Brega (el gordo y barbudo lacayo de Ramón Rojo, que ahora es “el Niño”, uno de los matones del Indio) y Joseph Egger (“El profeta”, quien en el film del año anterior interpretó al anciano enterrador).

Si en “Por un puñado de dólares“ el misterioso pistolero solitario trata de sacar provecho enfrentando a las dos bandas que controlan una pequeña ciudad, en “La muerte tenía un precio” sólo hay una banda, pero dos “misteriosos pistoleros solitarios” – que inicialmente son rivales pero deciden aliarse.

Una vez más, la excelente banda sonora corre a cargo del maestro Ennio Morricone. La estructura y el estilo de la composición es muy similar a la música de “Por un puñado de dólares”, pero aquí se incluyen más melodías a base de silbidos y también elementos como el arpa bucal.

Entre las escenas más destacables se encuentran la del enfrentamiento de los dos cazarrecompensas, con Monco disparando una y otra vez al sombrero de Mortimer en el suelo alejándolo cada vez más e impidiendo que éste lo recoja; y cómo después el coronel “se venga” disparando repetidas veces al sombrero de su oponente en el aire, sin ni siquiera dejar que caiga al suelo… Así se demuestran el uno al otro que están “empatados” en lo que a destreza con el revólver se refiere.

Y como en todos los westerns de Leone, la secuencia del duelo, la del enfrentamiento final, es sublime en todos los aspectos (la música de Morricone contribuye poderosamente a ello).

Fernando Di Leo, gran director de polizzieschi como “Milano Calibro 9” (1972) o “Il Boss” (1973) vuelve a participar como uno de los guionistas si bien no resulta acreditado. La función de director de fotografía la desempeñó Massimo Dallamano (“La polizia chiede aiuto”, 1974).

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