Un hombre vierte un líquido oscuro en botellas, sirviéndose para ello de una caracola. Lo espía con indignación un militar altamente condecorado, quien porta un largo y reluciente sable.
Las botellas, una vez llenas de líquido, son dejadas caer al suelo por el personaje que las llena. Vemos que éste es un sacerdote, pues viste sotana con alzacuellos. Está muy concentrado en su labor, pero se le nota nervioso. Las botellas van haciéndose añicos a su lado.
El militar se aproxima a él a paso ralentizado, quitándole la caracola y partiéndola con su sable.
Después, el cura camina a gatas por toda la ciudad; hasta ver a una atractiva mujer en un coche de caballos. Se trata de la esposa del militar, y éste se sienta al lado de ella. Poco más tarde, en una iglesia, el clérigo observa a hurtadillas que la mujer se está confesando, y que quien escucha la confesión es su propio esposo. Enfurecido, el cura interviene para estrangular al militar…
Comentario
Un año antes de que Buñuel y Dalí realizaran su célebre “Un perro andaluz” (1929) se filmó también en Francia ésta película (que al contar con unos 40 minutos de duración puede considerarse mediometraje). El film que hoy nos ocupa resulta por lo tanto precursor y pionero del género vanguardista del surrealismo en la gran pantalla. La película tiene una atmósfera claramente onírica. El guionista fue nada menos que Antonin Artaud, dramaturgo francés conocido por ser el padre del llamado “teatro de la crueldad”, y cuya estética y posicionamientos estilísticos se aproximan mucho a la corriente surrealista que en la Francia de los años ´20 cultivaban Breton, Dalí o Buñuel entre otros artistas. Artaud, muy interesado en temáticas esotéricas y psiconáuticas (experimentó en México con el peyote) sería asimismo uno de los inspiradores del “movimiento pánico” que varias décadas después desarrollarían Jodorowsky, Arrabal y Topor. Artaud, quien entre muchas otras obras publicó un libro sobre el emperador romano Heliogábalo, escribió varios guiones de cine, cuando el séptimo arte aún estaba en pañales.
Entre dichos guiones el más conocido es el de “La caracola y el clérigo”. Al parecer, Artaud no quedó satisfecho con el resultado final de la película y consideró que la directora Germaine Dulac había adulterado la intencionalidad que el trató de plasmar en su guión.
Hay que señalar que muchos fueron los guiones escritos en los años ´20 por surrealistas, pero poco los que fueron llevados a la gran pantalla. Pues expresar en imágenes los desfases y divagaciones de la mente resultaba aún harto complicado.
Sea como fuere, la película da la impresión al espectador de estar viviendo una especie de sueño hipnótico, a lo que contribuyen (además de una historia más allá de toda lógica) los planos (muchos de ellos picados, y desde perspectivas inverosímiles), así como la banda sonora (que en ocasiones parece incitar a la somnolencia y en otras cuenta con unos acordes polifónicos y un tanto caóticos, como en la escena del estrangulamiento). Asimismo está presente en la película una obvia simbología de corte ocultista, como por ejemplo el suelo ajedrezado (en el salón de baile).
De los actores, el que tiene la tiene más larga (me refiero a su carrera fílmica) es el que hace de general, Lucien Bataille, quien participó en 80 títulos entre 1910 y 1945. Alex Aillin (el sacerdote) y Genica Athanasiou (la chica), quien procedía de Rumanía, apenas intervinieron en una decena de películas (la mayoría mudas).
Especialmente interesante resulta el acompañamiento musical, añadido por cierto mucho después, y que ensalza de forma envolvente esa atmósfera onírica del film.
Los ángeles de oro (V.O. Zinksärge für die Goldjungen, a.k.a. The Battle of the Godfathers)
Alemania, 1973
Director: Jürgen Roland
Guión: Werner Jörg Lüddecke
Intérpretes: Herbert Fleischmann (Otto Westermann), Henry Silva (Luca Messina), Horst Janson (Erik Westermann), Patricia Gori (Sylvia)
Argumento
El gangster italoamericano Luca Messina (Henry Silva) llega en barco a Hamburgo, procedente de los EEUU, acompañado por su anciana madre siciliana, su adolescente hija Silvia, y varios de sus guardaespaldas y subalternos, entre ellos un boxeador negro llamado Tiger. Su intención es hacerse con el control de los negocios ilícitos en la ciudad alemana, y desplazar al jefe del hampa nativo, Otto Westermann, como rey del crimen organizado hamburgués. Westermann y su grupo manejan los asuntos delictivos desde su “Club de Bolos el Caniche Negro”. Poco después de la llegada de Messina, los hombres de Westermann comienzan a ser intimidados para que paguen una cuota de “protección” al “nuevo jefe”. El alemán no está dispuesto a consentir semejante ultraje, y una escalada de violencia entre la banda local y la recién llegada se disparará.
Westermann tiene dos hijos: Uno de ellos es boxeador, y en un combate pugilístico vence a Tiger, el negro de Messina. En esa ocasión, Silvia, la hija de Luca, conoce al otro hijo de Westermann, Erik, mientras éste anima a su hermano en el cuadrilátero. Erik y Silvia rápidamente se enamoran y el jóven alemán no tarda ni diez minutos en lograr llevársela a la cama. De ese modo se inicia entre los dos una especie de romance de características “romeoyjulietescas”, a espaldas de sus respectivos (y enfrentados) progenitores.
Para darle un escarmiento a su rival, Messina ordena el secuestro de su hijo boxeador (de saber que el otro cortejaba a su hija, probablemente hubiera preferido raptar a ese), al que un bandido disfrazado de policía motorizado atrae con un pretexto falso a un abandonado desguazadero o cementerio de coches. Allí intentan matarlo a tiros, pero el jóven logra eludir las balas. Entonces se enfrenta a dos asiáticos expertos en artes marciales… Tras un combate encarnizado, el boxeador es desnucado y muere.
Mientras tanto, en la residencia de Messina, la madre de éste se está sintiendo mal. En ese preciso instante, reciben la visita de Westermann en persona y dos de sus hombres, quienes tratan de lograr que el italiano y su banda abandonen la ciudad. Ante el malestar de la madre, Westermann extrañamente se compadece, y a instancias de Luca consiente en que hagan venir a un médico. Tras la visita de la doctora, la señora se siente mejor, recuperada de su ataque cardiaco, y Westermann y los suyos también se retiran, recordándole a Messina la “recomendación” de abandonar la ciudad cuanto antes. Luca responde que “lo pensará”. Tras ello, llama a sus hombres al desguazadero con las instrucciones de liberar al hijo de Westermann… pero ya es demasiado tarde.
Cuando Westermann descubre que su hijo ha muerto a manos de los matones de Messina, decide que va a vengarse: “ojo por ojo y diente por diente”, y que como Messina le ha quitado a su hijo, él eliminará a su hija… Pero todavía no sabe que su otro hijo, Erik, está enamorado de la joven.
Comentario
Curiosa, pintoresca y desenfadada co-producción italo-germana, con el gran Henry Silva en el papel protagonista. Como siempre, el hierático intérprete de “Milano calibro 9” destaca por su gélida mirada y sus frases lapidarias. (Cuando Messina/Silva descubre a su traicionera amante robándole dinero de la caja fuerte, “con las manos en la masa”, y urdiendo un intento de fuga con su brazo derecho Sergio, Messina mata a éste a tiros sin pestañear, y vuelve a meter con gran serenidad los fajos de billetes en la caja… La amante le pregunta “No estás enfadado?”, a lo que él repone: “Ya sabes que sólo me enfado por cosas importantes… tú no eres importante” y le sacude un guantazo a la infiel ramera…)
Resulta poco común ver “gangsters alemanes”, que a imagen y semejanza de los mafiosos italoamericanos u otros exponentes del crimen organizado llevan sus negocios desde sus clubs sociales o sus fastuosas villas.
“Ataúdes de zinc para los chicos de oro” (tal es el título literal de la película en alemán) puede considerarse una especie de kraut-polizziotesco. No es precisamente una obra maestra, pero resulta recomendable para pasar un rato ameno; muy divertida.
Intérpretes: Giancarlo Giannini, Raoul Bova, Ricky Memphis, Francesco Benigno, Romina Mondello, Tony Sperandeo
Argumento
Un “pentito” (“arrepentido”) de la Mafia revela a la policía el nombre de Turi Leofonte, un contable con numerosos datos sobre el financiamiento de la organización del jefe Scalea. El comisario Nino Di Venanzio recibe la misión de convencer a Leofonte de que colabore con las autoridades (tras el registro domiciliario de su villa), y una vez conseguido su asentimiento para la cooperación, escoltarlo a él y a su familia desde Palermo a Milán, donde deberá declarar en el juicio.
Precipitadamente, Leofonte, su esposa y su hijo pequeño, así como Chiara, su hija adolescente (que en el momento del arresto de su progenitor se encontraba en una fiesta de la alta sociedad palermitana); deben salir de su residencia para ser conducidos en tres diferentes coches al aeropuerto, desde donde volarán a Milán en medio de un importante dispositivo de seguridad. Di Venanzio insta a Leofonte a que se despida de su mujer y su hijo a las puertas de su villa, pues “en el aeropuerto no habrá tiempo para eso”; tras lo cual son introducidos en automóviles policiales distintos. Chiara es recogida por otros dos agentes, uno de los cuales (Tarcisio) la reconoce por haber visto antes una foto suya en la casa durante el registro.
De camino al aeropuerto la acongojada esposa de Leofonte presiente melancólicamente que ésta es la última vez que ve Palermo, mientras observa la ciudad desde la ventanilla.
El coche a bordo del cual se encuentra Chiara está más alejado, en cambio el automóvil que transporta a Leofonte (y el comisario) y aquel en el cual viajan su mujer y su hijo van prácticamente juntos…
En una especie de plaza, aún en plena ciudad, se produce traicioneramente una emboscada: De una furgoneta que les corta el paso, emergen varios individuos pertrechados de fusiles automáticos y descargan ráfagas de plomo sobre los dos primeros coches de la comitiva. Un intenso tiroteo se cobra las vidas de dos de los agentes de la escolta, y de varios de los sicarios. Finalmente, cuando parece que ha cesado la lluvia de balas, la esposa de Leofonte cargando a su hijo sale del agujereado automóvil (pese a que los policías le habían instado a no hacerlo), y corre hacia donde se encuentra parapetado su esposo… Uno de los sicarios aprovecha la oportunidad de que la infeliz se ha puesto a tiro y la acribilla a balazos, con su hijo en brazos; ambos perecen como consecuencia, y Leofonte – testigo de la tragedia – queda devastado. Mientras tanto, Chiara ignora lo que le acaba de suceder a su madre y a su hermano (acabará enterándose bastante tiempo después, escuchando la radio), pues el coche en el cual viaja se encontraba a una distancia considerable.
El atentado, que estaba destinado a silenciar a Leofonte para siempre y evitar su declaración ante los tribunales, sólo ha podido llevarse a cabo debido a alguna “filtración” de información en el seno del aparato policial o judicial (las cloacas del estado), alguien “en las altas esferas” con conexiones políticas y administrativas, parecía tener interés en evitar que Leofonte llegase vivo a Milán. Sólo así se explica que los sicarios tuvieran conocimiento de que el contable había decidido colaborar con las autoridades, y – lo que es aún más sorprendente – de que estuvieran al tanto del concreto trayecto que de camino al aeropuerto seguía la comitiva.
Di Venanzio se da cuenta de ésta obviedad; han sido traicionados. Han sido utilizados, y como agentes de la escolta “con razón” fueron elegidos policías con nula experiencia; para facilitar así la labor de los sicarios; ésto lo menciona el propio Leofonte. Di Venanzio, que recibe la llamada de uno de sus superiores, y que habla con un juez, se niega a informar sobre su paradero, y dice que se desplazarán hasta Milán por sus propios medios, sin contar con la cobertura estatal, para así evitar nuevos atentados. Ya no utilizarán teléfonos, para impedir ser localizados, y a partir de ese momento la misión consistirá en llegar con vida a Milán, escoltando a Leofonte y a su hija, y repeliendo a los asesinos que, pisándoles los talones, les siguen la pista. Viajarán en coche, tren y autobús, de riguroso incognito, sufriendo múltiples percances antes de alcanzar finalmente su destino – al que no todos los integrantes de la comitiva llegarán…
Comentario
Muy entretenido post-polizziotesco (que al ser rodado en 1995 resulta tardío para su género, tan característico de los años setenta), que combina con gran éxito drama, intriga y acción. La frustrada historia de amor entre la guapa y pizpireta Chiara y su escolta el tímido y diligente Tarcisio merece una mención especial. También la banda sonora con sus ínfulas épicas, sobre todo hacia el final de la historia; cuando Leofonte llega a los tribunales, escoltado por cada vez más agentes.
El director de la película, Claudio Fragasso, es conocido especialmente por haber realizado producciones de serie B (y Z) durante los años ´80, a la sombra de maestros como Lucio Fulci y otros compatriotas. Fragasso estuvo involucrado en el proyecto “Zombi 3” (1988), que pretendía ser una secuela de la fulciana “Zombi 2” (1979) a su vez una segunda parte (apócrifa) de la famosa película de George Romero “The Night of the Living Dead” (1968). También es responsable Fragasso de realizar “Troll 2” (1990), una involuntariamente hilarante película, supuestamente de terror.
Sobre todo en comparación con otros productos de su autoría, “Palermo Milano solo andata” resulta sumamente convincente y recomendable. Fragasso reemprende más que dignamente el género que veinte años antes cultivaban con maestría los también italianos Enzo Castellari, Umberto Lenzi o Damiano Damiani, entre otros. La historia de “Palermo Milano…” es una creación original escrita por Fragasso y su mujer, Rosella Drudi, autores del guión.
Intérpretes: Ramiro Meneses, Carlos Mario Restrepo, Jackson Idrian Gallego, Vilma Díaz
Argumento
Medellín, 1990. Rodrigo es un adolescente apasionado del punk-rock, que junto a sus amigos intenta crear su propio grupo. Algunos de los integrantes de su círculo están implicados en delitos varios, y se ven incluso obligados a huir. Rodrigo intenta comprarse una batería para ensayar, pero sólo logra adquirir los palos.
Comentario:
Soporífera y por momentos ininteligible (debido sobre todo a la pésima calidad de sonido, y no sólo a la críptica jerga que emplean los punks “paisas”). Completa indiferencia hacia el destino de los personajes, no se siente por ellos empatía alguna. El film se sucede, cansina y plúmbeamente, sin que acontezca nada relevante (al menos durante la primera hora). Rodrigo con sus amigos escuchando música, Rodrigo discutiendo con su hermana, siendo amonestado por su padre, sus compinches jugando a una pelea de cuchillos en una casa en ruinas, mientras él “toca la batería” sobre un muro, los jóvenes bañándose en la piscina… Escenas banales y cotidianas acompañadas de música punk…“Rodrigo D: No argumento” sería tal vez un título más apropiado. La implicación de algunos de los jóvenes en hechos delictivos es tratada de manera muy superficial, como si fuera algo secundario, de forma que no es posible generar intriga.
Generalmente, la crítica ha alabado a ésta película, poniéndola a la altura de la brasileña “Cidade de Deus” (2002), la mexicana “Amores Perros” (2000) o comparándola a la también colombiana – aunque producida por Venezuela – “Sicario” (1995). Sin embargo, éstas tres son muy superiores al film de Gaviria, que decepciona por no profundizar en un tema que podría haber dado muchísimo de sí, sobre todo teniendo en cuenta que se rodó en la convulsa ciudad de Medellín en 1990.
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Guión: Arduino Maiuri, Massimo De Rita, Enzo G. Castellari
Intérpretes: Fabio Testi, Vincent Gardenia, Renzo Palmer, Orso Maria Guerrini, Glauco Onorato, Marcella Michelangeli
Género: Polizziesco, acción, crítica social
Calificación: 7,5
Argumento
Una banda de extorsionistas se dedica a aterrorizar a los negociantes (propietarios de tiendas, supermercados, restaurantes…) de un barrio romano para cobrarles unos impuestos semanales de “protección”. Carecen absolutamente de escrúpulos y sus métodos son implacables. El jefe de la organización es un individuo elegante con fino bigote conocido como el Marsellés.
El maresciallo Nico Palmieri (Fabio Testi) intenta terminar con la banda, pero ello resulta difícil, debido a que los testigos (los comerciantes) están demasiado intimidados para declarar contra los criminales, pues éstos son desalmados psicópatas que no vacilarán en cometer las más abyectas monstruosidades. Sólo el propietario de una modesta trattoria, padre de una hija pre-adolescente, se atreve a firmar una declaración que incrimina a los sospechosos. Y pagará con creces las consecuencias: Pues su hija, de unos 12 años, es secuestrada por los delincuentes, violada y asesinada.
La próxima vez que integrantes de la banda acuden al local del pobre hombre, éste, lejos de pagar “los impuestos” recibirá a los criminales a tiros, haciendo lo que la policía y la “justicia” tiene las manos atadas para hacer.
Palmieri (que ha sido víctima de un atentado de la banda, sobreviviendo a una brutal agresión – los chantajistas tiraron su coche por un barranco… con él dentro), busca la forma de desarticular a la organización, pero se encuentra con varios obstáculos dentro del mismísimo cuerpo de policía, pues sus “métodos no gustan”, por ser demasiado “expeditivos” (o tal vez, por ser demasiado efectivos…). Además, los integrantes de la banda del Marsellés (que siempre mantiene un perfil bajo y distante, permaneciendo en segundo plano) cuentan con el constante auxilio de un abogado (corrupto), y cada vez que son detenidos, a las pocas horas vuelven a estar en la calle.
Las investigaciones (individuales) de Palmieri (para quien el caso se convierte en un asunto personal), le hacen llegar a la conclusión de que las actividades de extorsión que practica la banda son tan sólo la “punta del iceberg”, y que el Marsellés está implicado en asuntos de narcotráfico y otros negocios de alcance internacional.
En sus pesquisas, el aguerrido maresciallo cuenta con la colaboración de un veterano delincuente, el “Tío Pepe”, quien pese a cometer actos ilegales es un personaje de buen corazón que repudia la violencia y el terror que emplea la banda de chantajistas, y se muestra dispuesto a informar a Palmieri sobre los movimientos en los bajos fondos.
Cuando poco más tarde el agente es despedido del cuerpo de policía por órdenes de las “altas instancias” (que encubren al grupo criminal), Palmieri formará una alianza con varios presidiarios, ayudándoles a escapar de la cárcel y organizándolos para un implacable enfrentamiento contra los subordinados del Marsellés. Entre los presos liberados se encuentran el “Tío Pepe”, y el dueño de la trattoria, que cumplía condena por el homicidio de tres de los criminales, en venganza por la violación y el asesinato de su hija. También un rival del Marsellés, y un cazador experto con armas de fuego, que desea resarcise por el asesinato de su esposa a manos de los criminales.
Comentario
Muy buen polizziesco de Enzo Castellari, repleto de enormes dosis de violencia, grandes diálogos e impactantes escenas de acción, entre las que destacan los tiroteos. Se muestra sin ambages la crueldad de cierto tipo de delincuencia urbana (que suele actuar a las órdenes de otros delincuentes más peligrosos aún, pero con máscara “respetable”), así como la impotencia del sistema para derrotarla. Se hace patente la impunidad de los auténticos y peores criminales, que están protegidos por las cloacas del “estado de derecho”.
Entre otros muchos títulos, Castellari también es el director de “La polizia incrimina, la legge assolve” (1973), otro polizziesco de similar temática (el título ya lo dice todo); de “Keoma” (1976), un italo-western visto desde la perspectiva de un mestizo de indio (interpretado por Franco Nero); o de la original “The Inglorious Bastards” (1978), en la que se inspiró Quentin Tarantino para perpetrar su hollywoodiense engendro.
“Il Grande Racket” recuerda en su estilo a “Cani arrabbiati” (1974) (a.k.a. “Rabid Dogs”) de Mario Bava, a films de Sam Peckinpah como “Straw Dogs” (1971) (“Perros de Paja”), y también a una película menos conocida (pero no por ello menos excelente) llamada “L´ultimo treno della notte” (1975), de Aldo Lado.
Director: Giuseppe Greco (a.k.a. Giorgio Castellani)
Género: Drama social, tragicomedia
Guión: Giuseppe Greco
Intérpretes: Gianni Celeste (Rosario Raito),Filippo Genzardi (Pietro), Maurizio Prollo (Salvatore Arcuri), Salvatore Termini (Scimmietta), Alfredo Li Bassi (Filippo)
Argumento
La película cuenta las andanzas de un grupo de jóvenes delincuentes de medio pelo en la turbulenta Palermo de principios de los noventa (algo así como los “perros callejeros” sicilianos). Se suceden varios episodios interrelacionados por la involucración de los integrantes de la banda, que también por separado hacen de las suyas, en sus respectivos microcosmos.
Al inicio del film, comienza la historia vista desde la perspectiva de un pobre desgraciado muerto de hambre, que se las ingenia para sustraer un pollo asado con la ayuda de una especie de tridente, y que está perdidamente enamorado de Lucia, una chica de familia acomodada, que pasa de él olímpicamente. Como el infeliz no tiene teléfono en su casa, le escribe una carta a Lucia rogándole que llame al teléfono de su vecina, la signora Carmella, y que ésta le avisaría a él. Obviamente, ella nunca le llamará; y sin que volvamos a tener noticia del desventurado, la siguiente escena nos transporta a las correrías del grupo delictivo…
El líder de los malvivientes es un veinteañero llamado Rosario. Él y su banda organizan el secuestro de Lucia, la hija de familia rica. Un día la interceptan a la salida de su casa y la introducen por la fuerza en un coche, dándose a la fuga. Una patrulla de la policía secreta que se encontraba en las inmediaciones observa los hechos y se dispone a detener a los delincuentes. Se desata una larga persecución por las calles de Palermo, que luego continúa en la carretera por las montañas a las afueras de la ciudad. Los secuestradores huyen en dos coches diferentes, y uno de ellos (con la policía “pisándole ya los talones”); precisamente aquel donde también se encuentra la secuestrada, se sale de la carretera y cae rodando por una empinada pendiente, impactando contra las rocas y explotando a continuación. Rosario, que iba en el otro coche algo más por delante, contempla la escena estupefacto, y para vengar a sus amigos, frena, desciende del automóvil y acribilla a balazos a los policías perseguidores, a los que considera responsables de la tragedia.
Por la noche está en su cama tratando de dormir, sin lograr conciliar el sueño a causa de la congoja que le producen los hechos del día; cuando llega su madre (muy preocupada por la vida inestable y errática que lleva) y le amonesta por “no seguir con sus estudios”, “no buscarse un trabajo”, etc, como las madres típicamente suelen hacer.
La progenitora de Rosario trabaja de criada en la casa de un influyente político, que se siente eróticamente atraído por ella. Se trata lógicamente de una madurita, pero el rechoncho y calvo “onorevole” es aún más “madurito”, y se aprovechará sexualmente de ella cuando Rosario es encarcelado tras un intento de atraco, pues con sus influencias consigue la rápida liberación del joven a cambio de ciertos “favores” por parte de la madre de éste. Rosario es puesto en libertad no sólo debido a la intercesión del político, sino también debido a que un incómodo testigo de sus fechorías ha sido intimidado por sus secuaces para que en el momento del careo padezca ciertas “lagunas mnemónicas”, declarando “no acordarse” y “no reconocer” al delincuente entre los sospechosos… Una vez el jefe del grupo está en la calle, se reúne con sus „discípulos“ y tiene lugar una especie de parodia de la última cena.
Pero un policía que se parece a Bud Spencer, insatisfecho con el lamentable hecho de que los rateros salgan a la calle poco después de ser detenidos y harto de la impotencia de la justicia para condenar a los delincuentes, tratará de poner fin a las correrías de Rosario y los suyos.
Comentario
Las tramas dentro de la trama no siempre están bien hilvanadas, de forma que a veces no alcanza del todo a comprenderse la “historia-esqueleto” que sostiene a la película. Por ejemplo, el pobre desgraciado que aparece al inicio, que en los primeros diez minutos se supone que será el protagonista, y con el que el público empieza a sentir gran empatía, ya no vuelve a aparecer más. Ésto es atribuíble a los fallos que presenta en el guión ésta desconocida (pero interesante) producción transalpina.
Existen ciertas reminiscencias pasolinianas (y “eloydelaiglesianas”), pues se encuentra retratado ese subproletariado con tendencia a la comisión de actos delincuenciales, temática recurrente del cineasta boloñés, como en “Accatone” (1961) o “Mamma Roma” !962) (y en España, del cine quinqui)… En éste contexto también viene a la memoria “Amore Tossico” (1983) de Claudio Caligari (protagonizado, como “El Pico” (1983), por auténticos yonkis y maleantes), aunque éste film se encuentra más bien encuadrado en la línea de “Christiane F.” (1981) y los dramas de drogodependientes heroinómanos de los años ochenta.
El director de éstas “Vidas Perdidas” es el hijo, nada menos, que del jefe de la Mafia siciliana Don Michele Greco (1924-2008), conocido como “El Papa” y mediador entre las familias de la Cosa Nostra, condenado en el Maxiprocesso de Palermo en 1986 – Una especie de Vito Corleone de la vida real.
La banda sonora corre a cargo de un grande: Claudio Simonetti, líder de los Goblin, compositor también de la excelente y setentera/ochentera música synth-rock-wave que acompaña a la mayoría de las películas de Dario Argento (“Suspiria”, “Profondo Rosso”, etc).
Guión: Steven Shagan (basado en libro de Jerry Capeci y Gene Mustain)
Intérpretes: Armand Assante (John Gotti), William Forsythe (Salvatore Gravano), Richard C. Sarafian (Paul Castellano), Frank Vincent (Robert Di Bernardo), Anthony Quinn (Aniello Dellacroce), Dominick Chianese (Joe Armone), Vincent Pastore (Angelo Ruggiero), Tony Sirico (Joe Dimiglia)
Música: Mark Isham
Argumento
En los años setenta, John Gotti (Armand Assante) es un gangster asociado a la facción de Aniello “Neil” Dellacroce (Anthony Quinn) en el seno de la familia Gambino de la Mafia de New York. Gotti acostumbra a reunirse con sus subalternos en el club social Ravenite, sito en la Mulberry Street de Little Italy. Entre los hombres de su equipo se encuentran su hermano Gene y Angelo “Quak-Quak” Ruggiero. Un día, Neil Dellacroce visita a Gotti en el Ravenite y le comunica que Don Carlo Gambino, el capo di tutti capi, desea hablarle. John y Neil llegan a la casa donde reside el anciano boss, allí los esperan éste, su brazo derecho Paul Castellano (primo y cuñado) y el consigliere Joe “Piney” Armone (Dominic Chianese). Don Carlo tiene un trabajo para Johnny-Boy: Liquidar al gangster irlandés que en una pelea mató a su sobrino.
Tras cumplir el encargo, la influencia de Gotti comienza a crecer en la familia. Pero un soldado que colaboró con él en la eliminación del irlandés resulta ser una fuente de potenciales problemas, debido a su comportamiento demasiado impulsivo e indiscreto, influenciado por el consumo excesivo de cocaína. Gotti decide quitar de en medio a este estorbo. Pero lo hace sin el consentimiento de la familia. Ello supone una ruptura con las estrictas reglas de la Mafia. Además, a diferencia de Gotti (que tan sólo es todavía un “asociado”) el soldado era un “made man”, un “hombre hecho”, que ha pasado por el rito de iniciación de Cosa Nostra. Y por si fuera poco, era un integrante de la facción de Castellano, primo y cuñado de Don Carlo y su designado sucesor.
Según las leyes de la Mafia, John debería ser ejecutado por haberse saltado las normas de una forma tan flagrante. Pero gracias a la intercesión de su mentor Dellacroce, uno de los subjefes de la familia junto a Castellano, es perdonado. Se salva así de la muerte, pero no de la cárcel: poco después debe ingresar en prisión por el homicidio del irlandés. Pasa un par de años tras los barrotes, y tras cumplir su condena es recibido por los suyos como un héroe. Ahora ya es „uno de los nuestros“, un made man (aunque del rito iniciático no se vea nada en la película).
Estamos en 1976, y el viejo Don Carlo ha fallecido. Al frente de la familia le sucede Paul Castellano, a quien Gotti detesta. Desde hace más de una década, los Gambino han estado compuestos por dos facciones complementarias (ambas unidas gracias a la autoridad de Don Carlo, pero con relaciones recíprocamente poco cordiales entre ellas); la de Neil Dellacroce (a la que pertenecen Gotti y los suyos) y la de Castellano. Mientras que Castellano se encarga de supervisar operaciones financieras de alto nivel, de la delincuencia de cuello blanco (en la construcción, la recogida de basuras, las comisiones, etc); Dellacroce dirige a los tough guys, a los chicos duros de la calle, y coordina sus operaciones de extorsión, asaltos a mano armada, hijackings (o secuestro de camiones repletos de mercancías, etc). Dellacroce es el jefe de los gangsters típicos, y Castellano por su parte, es más bien un hombre de negocios (sucios, sí; pero negocios de oficina, que le mantienen alejado del mundo de la calle).
Sólo hay una cosa que, bajo las directrices de Gambino, para ambas facciones siempre ha sido esencial: Nada de traficar con drogas. El narcotráfico atrae demasiado la atención de las autoridades. La compra y venta de drogas es un “no go”, un asunto tabú, para los uomini d´onore, para la Mafia de la vieja escuela. Sin embargo, para desgracia de Gotti, varios hombres de su equipo no se atienen a esa regla de oro, entre ellos su propio hermano. Cegados por la codicia, Genie y “Quak-Quak” (llamado así por su propensión a hablar demasiado, algo que tampoco es aceptable – y que puede ser peligroso – cuando se es miembro de una sociedad secreta) están traficando con ingentes cantidades de heroína, lo cual pronto se convierte en un secreto a voces en todo Brooklyn.
Generalmente, a estas alturas de los años setenta, el narcotráfico ya estaba muy difundido entre los integrantes de las cinco familias, pero oficialmente seguía prohibido por la Comisión – aunque en general los jefes solían ser “tolerantes” y mirar para otro lado (el líder de los Bonanno, Carmine Galante, era él mismo un narcotraficante a gran escala, uno de los mayores artífices de la “Pizza Connection”). Pero esta política de hacer la vista gorda no era practicada por Paul Castellano, quien como su predecesor era muy severo en temas de drogas. Dellacroce advierte a Gotti sobre el peligro que se cierne sobre su equipo si Big Paul llega a enterarse, y John amonesta a los suyos, sin que esto les haga cambiar de proceder.
En 1980 una tragedia sacude a la familia. No a la de Cosa Nostra, a los Gambino; sino a la familia personal de Gotti. Su hijo Frank, que paseaba en bicicleta por la vecindad, es atropellado por un coche y muere en el acto. El causante del desaguisado es un vecino de los Gotti, John Favara. Pese a que se trata de un desgraciado accidente, Favara no podrá eludir la venganza del gangster. Un día es asaltado por sus hombres, entre ellos Salvatore “Sammy the Bull” Gravano, quienes le ultiman a tiros en represalia.
Hacia mediados de los ochenta Gotti ha ascendido de “soldado” a caporegime, o capo. Las tensiones en el seno de los Gambino se recrudecen, y ambas facciones (hasta ahora en cierto modo complementarias) comienzan a distanciarse. Sobre todo en el equipo de Gotti, el malestar por el liderazgo de Paul Castellano se hace cada día más patente. En 1985, Gotti teje una conspiración para eliminar al jefe (y reemplazarlo). Para ello, realiza “sondeos” dentro de la familia, y logra hacerse con el apoyo de una parte importante de los demás capos, entre ellos Sammy Gravano. A inicios de diciembre fallece el anciano y enfermo Neil Dellacroce, mentor de Gotti, una especie de padre para él en el seno de la Mafia. El odio de John hacia Castellano crece ante el hecho de que Castellano no se ha dignado a presentar sus respetos al fallecido histórico de los Gambino, prefiriendo no acudir al funeral.
El 16 de diciembre de 1985 tiene lugar el asesinato de Big Paul y de su fiel lugarteniente (subjefe y guardaespaldas) Tommy Bilotti. Ambos son cosidos a balazos cuando se disponían a descender de la limusina que acababa de aparcar frente al restaurante Spark´s Steak House de Manhattan. Gotti y Gravano supervisan la operación desde un coche al otro lado de la calle. Poco más tarde, a principios de 1986, John Gotti pasa a ser nombrado oficialmente como nuevo jefe de la familia Gambino. La ruptura con la Mafia de la vieja escuela, con los tiempos de Don Carlo, es ahora total. Sammy Gravano pasa a ser el subjefe, y de la vieja guardia sólo queda Joe Armone, quien aprobó la eliminación de Castellano y que continúa siendo el consigliere.
A partir de ahora, gracias a su carisma y a su peculiar estilo, Gotti comienza a hacerse muy popular en los medios. Por sus caros trajes hechos a medida comienzan a llamarlo “The Dapper Don”, el “Don dandy”. A ese sobrenombre pronto se añadirá uno nuevo: “The Teflon Don”, pues ningún caso se le “quedaba pegado”; logró salir victorioso de dos procesos. El primero de los juicios, por agresión a un conductor en una disputa callejera; un asunto trivial de aparcamientos. El individuo en cuestión, llamado a testificar, no tenía ni idea quién era Gotti en el momento de los hechos. Ante la corte, cuando el juez le instó a señalar a su agresor, cuando se le preguntó si lo reconocía en el banquillo de los acusados, el pobre hombre, consciente ya de que se trataba del jefe de los Gambino, repuso (temeroso de su vida) que “no se acordaba”, que lo había “olvidado todo”. Así, el capo fué absuelto, y al día siguiente los periódicos titularon “IForgotti”, juego de palabras con “olvidé” (I forgot) y “Gotti”. Sin embargo, el segundo proceso trataba de algo bastante más serio: Los fiscales intentaron meter al “padrino” entre rejas en base a la ley federal RICO (Racketeer Influenced and Corrupt Organizations Act), mediante la cual se había descabezado con éxito a las otras cuatro familias de la Mafia de New York: Los respectivos jefes de los Bonanno (Phillip Rastelli), los Genovese (Anthony Salerno), los Lucchese (Anthony Corallo) y los Colombo (Carmine Persico). También Paul Castellano estaba encausado, pero Gotti lo libró de ir a la cárcel, pues cayó bajo una lluvia de plomo antes del veredicto. Ahora era Gotti quien se enfrentaba a un juicio que pretendía ser la continuación del llamado Caso Comisión. Pero también logró salir indemne, gracias a la pericia de su abogado Bruce Cutler, siendo absuelto por falta de pruebas.
Los agentes que día y noche seguían los pasos de la cúpula de los Gambino, vigilando constantemente el Ravenite social club y sus inmediaciones, se enteraron de que, cuando Gotti y sus más cercanos colaboradores debían discutir asuntos realmente relevantes subían a un piso situado en el mismo edificio, perteneciente a una viejecita, viuda de uno de los hombres de Dellacroce. La buena señora salía a pasear y allí se quedaban los gangsters, que se sentían seguros y hablaban sin pelos en la lengua, describiendo sus negocios sin tapujos. Una noche, agentes del FBI instalaron micrófonos en la vivienda. A partir de entonces escucharían las conversaciones del escurridizo capo, y reunirían las pruebas suficientes para lograr su definitivo encarcelamiento.
No todos estaban satisfechos con el liderazgo de Gotti. “Piney” Armone, el anciano consigliere, le recriminó su carácter excesivamente “extrovertido” hacia los medios de comunicación, su amor por el protagonismo. Las excentricidades y el afán de llamar la atención son características que pueden agradar “al público” pero que no son bien vistas por los taciturnos mafiosi de la vieja escuela (que guardan un perfil bajo). Esa forma poco prudente de proceder puede resultar contraproducente para la seguridad del clan. Asimismo, la decisión de liquidar a Castellano se hizo sin el consentimiento de las otras cuatro familias. Pues, del mismo modo que para quitar de en medio a un “soldado” hay que pedir permiso al jefe; para “golpear” al jefe se debe contar con el asentimiento de los otros cuatro jefes. Por lo tanto, Armone recomienda a Gotti que se “ponga en guardia”. Efectivamente, no mucho después, en abril de 1986, un coche bomba destinado contra el flamante jefe de los Gambino hace volar por los aires los pedazos de Frank DeCicco, uno de sus más cercanos colaboradores. Gotti empieza a obsesionarse con la seguridad, y a su comportamiento excéntrico y pendenciero se une ahora la paranoia. Ve posibles traidores y conspiradores por todas partes, y ordena el asesinato de varios de sus hombres, entre ellos Robert “DeeBee” DiBernardo (Frank Vincent), un capo dedicado al negocio de la pornografía. “DeeBee” es atraído a las oficinas de Sammy Gravano, y mientras éste le distrae invitándole a tomar un café, uno de sus sicarios le dispara un tiro en la nuca.
Las grabaciones en casa de la viejecita finalmente dan sus frutos. El 11 de diciembre de 1990, agentes del FBI irrumpen en el Ravenite y arrestan a Gotti, Gravano y al nuevo consigliere Frank LoCascio. Cuando éstos escuchan sus propias voces, que han sido grabadas por los micrófonos policiales en la casa que los gangsters creían segura, saben que esta vez no se van a librar tan fácilmente del “Hotel Rejas”. Sammy Gravano se indigna al oír en esas cintas a Gotti hablando mal de él a sus espaldas, llamándole “codicioso”, entre otras cosas. Los agentes del FBI y la fiscalía comprueban con regocijo que meter cizaña entre ambos será muy útil para mandar a Gotti a la cárcel para siempre…
El auténtico John Gotti
Comentario
Esta co-producción televisiva (canado-estadounidense) de la HBO narra el ascenso y la caída de John Gotti (1940-2002) basándose en el guión del periodista Jerry Capeci, especializado en la Mafia italoamericana y administrador del sitio web con actualizaciones semanales Ganglandnews. En general el film es bastante fidedigno con la historia real, y los personajes están bien caracterizados. Armand Assante da vida al “Dapper Don” con gran acierto, pero lo verdaderamente sensacional hubiera sido que (al estilo del “Vaquilla”) hubieran permitido a Gotti salir de la cárcel para que se interpretara a sí mismo. Con su amor a las cámaras y a su “público”, seguro que habría estado encantado de hacerlo. Aniello Dellacroce está caracterizado por Anthony Quinn, quien en la vida real era al parecer amigo de John Gotti, o al menos simpatizante y defensor suyo (como también el actor Mickey Rourke). A DiBernardo lo interpreta Frank Vincent, un habitual secundario en las películas de gangsters, que también aparece en “Goodfellas” (a.k.a. “Uno de los nuestros”) (1990) y “Casino” (1995), ambas de Martin Scorsese. Estas dos grandes películas, por cierto, son muy superiores a la “Gotti” (1996) de Robert Harmon que nos ocupa, como también (siguiendo con esta temática) “Donnie Brasco” (1997) de Mike Newell con Al Pacino y Johnny Depp, asimismo basada en hechos reales (la infiltración del agente del FBI Joe Pistone en la familia Bonanno). La melancólica melodía de la película es buena y emotiva, pero la banda sonora en general (siempre muy importante) podría ser mejor. Aún así, “Gotti” es altamente recomendable y su visión resultará especialmente de interés para los amantes del género, y para aquellos que se hayan previamente documentado acerca de las intrigas en el seno de la Mafia neoyorkina, de la cual John Gotti (el auténtico) fue uno de los más importantes protagonistas.
Intérpretes: Henry Silva (Tony Aniante), Barbara Bouchet (Margie), Fausto Tozzi (Don Ricuzzo), Vittorio Sanipoli (Don Cascemi)
Argumento
Tony Aniante (Henry Silva) es un asesino a sueldo recién retornado a Sicilia procedente de los EEUU. Ha sido contratado por Don Cascemi, uno de los jefes locales de la Mafia, para sembrar la cizaña entre dos familias rivales; de forma que éstas procedan a decimarse entre ellas dejando así vía libre al grupo de Cascemi, quien pretende encaramarse a la cúspide del poder una vez que sus adversarios estén debilitados. Con su peligroso juego a dos bandas (nunca major dicho), Tony busca que la discordia estalle entre los Cantimo y los Scannapieco, que se disputan un lucrativo negocio de tráfico de heroína.
Ricuzzo Scannapieco, el jefe de una de las dos familias, está casado con Margie (Barbara Bouchet) una ex-prostituta norteamericana con gran afición a la bebida, que no deja de insinuarse constantemente ante Tony. Éste la rechaza, pues quiere evitar problemas, pero ella insiste (en varias ocasiones), hasta que el gélido y pétreo sicario en la primera ocasión la posee con contundencia en la cocina y en la segunda no tiene más remedio que pegarle una paliza en el pajar (“cinturonazos” incluídos) para que lo deje tranquilo.
Tony logra el objetivo de Don Cascemi: Los Scannapieco y los Cantimo se matan entre sí; a base de emboscadas, asaltos y recíprocos atentados. El líder de los Cantimo es herido mortalmente en un tiroteo cuando una noche están recogiendo en la playa un alijo que acaba de llegar a la costa.
Existe también en segundo plano una historia de amor “romeojulietesca” entre dos adolescentes de las familias rivales. Tony intenta ayudarles a escapar de ese ambiente de violencia, pero poco antes de lograrlo hacen irrupción los hombres de Scannapieco (que han recibido la órden de liquidar a Tony por haber golpeado a Margie), armados de escopetas, logran reducir a Tony y le someten a una brutal paliza, tras lo cual dándolo por muerto lo arrojan barranco abajo.
Pero Tony consigue reponerse, recibe un arma del nieto paralítico del difunto Don Cantimo y acude a la masía de Ricuzzo Scannapieco para vengarse. Margie, la mujer de éste, se ha suicidado tras ingerir masivamente barbitúricos. Tony llega sólo y es recibido por Scannapieco y una decena de sus hombres, todos armados. En el momento menos pensado, hombres que estaban parapetados tras los muros del caserío emergen con sus escopetas y fusilan a Scannapieco y sus esbirros. Tony ha logrado desintegrar esa banda rival.
Tras el cumplimiento de su misión se reencuentra con el jefe Don Cascemi, que en la parte trasera de su vehículo le felicita por haber cumplido el objetivo y se dispone a agradecerle su colaboración… pagándole con plomo. Le apunta con su pistola, aprieta el gatillo… pero no pasa nada. Tony ya contaba con esa traición y se había encargado de sacar las balas. Además, se descubre que el motivo principal por el cual había regresado a Sicilia no era cumplir ese encargo como sembrador de cizaña, sino algo más personal… vengarse del asesino de su madre, que resultaba ser el mismo Don Cascemi. Por si eso fuera poco, la eliminación de Don Cascemi ya había sido decidida por la Comisión de la Mafia (“aquellos que cuentan”, de ahí el título de la película); pues Cascemi se dedicaba al tráfico de heroína usando para ello métodos demasiado desaprensivos y grotescos (escondiendo la droga en el interior de los cadáveres de niños pequeños).
Finalmente Don Cascemi es acribillado por sus propios guardaespaldas y Tony se hace con el poder en el seno de la Mafia.
Comentario
Violento e impactante polizziesco lleno de trepidante acción y memorables escenas. Su protagonista Henry Silva (estadounidense de orígen puertorriqueño) figuró en numerosos films del género, siendo el más digno de mención el excelente “Milano Calibro 9” (1972) de Fernando Di Leo, que también cuenta con la participación de la atractiva Barbara Bouchet. El director Andrea Bianchi es el realizador de la involuntariamente hilarante “Le Notti del Terrore” (1981) (a.k.a. “Burial Ground”) un despropósito de zombies que resulta sumamente entretenido.
Es bastante obvio que “Quelli che contano” tiene marcadas reminiscencias estilísticas de italo-western; de hecho es básicamente un italo-western en contexto mafioso y ambientado en la Sicilia del siglo XX. También el detalle de la melodía que silba misteriosamente el protagonista antes de cada intervención recuerda a obras de Sergio Leone, véase Charles Bronson y su armónica en “C´era una volta il West” (1968) (a.k.a. “Hasta que llegó su hora”). Asimismo la trama del solitario forajido/sicario entre las dos bandas/clanes recuerda a “Por un puñado de dólares” (1964) (que a su vez está basado en el chambara “Yojimbo” – 1961 – del japonés Kurosawa), y el detalle final de la venganza familiar también una vez más nos retrotrae a “Hasta que llegó su hora”. Pero Andrea Bianchi no es Sergio Leone, pese a sus buenas intenciones, y tampoco el encargado de la banda sonora del film que nos ocupa era precisamente el gran Morricone… Sin embargo “Quelli che contano” (“Aquellos que cuentan”) es una película muy interesante, que si bien no llega al nivel de la genial “Milano Calibro 9” es no obstante sumamente disfrutable.
Por cierto, el personaje de Barbara Bouchet, la etílica ninfómana esposa de uno de los jefes mafiosos, recuerda a la Ginger (esposa de “Ace Rothstein”/Robert DeNiro) que 21 años más tarde interpretaría Sharon Stone en “Casino” (1995) de Martin Scorsese.
Mara Ordaz, una sesentona actriz retirada, vive en una gran casa de campo junto a su marido (en silla de ruedas) y otros dos ancianos; su médico (jubilado) y su antiguo asistente. La diva (que nostálgicamente se dedica a ver una y otra vez sus propias películas de cuando era joven) decide vender la casa para mudarse a la ciudad con su marido, desembarazándose así de los otros dos “acoplados” (uno de los cuales es su cuñado), a los que ya no soporta.
Pero los tres hombres (muy amigos entre ellos); su esposo Pedro, Martín y Norberto (éste último interpretado por Narciso Ibáñez Menta) se oponen, y quieren continuar residiendo tranquilamente en la casa campestre.
Un día llega la encargada de gestionar la venta del inmueble, la atractiva Laura. Ésta intentará convencer a Pedro de que acceda a vender la casa.
Las mujeres de Martín y Norberto desaparecieron en “extrañas circunstancias”… La esposa de Martín (y hermana de Mara) murió en un “accidente casero” supuestamente cayendo por las escaleras; mientras Mara se encontraba rodando su última película. Y la de Norberto sencillamente “se esfumó”, se marchó sin dejar ni huella.
Laura, que trata de manera muy dulce a los tres ancianos y a la señora de la casa (trayendo incluso regalos para ganarse su confianza), comienza a sospechar que las dos ausentes fueron asesinadas por sus maridos (en el caso de la mujer de Norberto, con ayuda de ácido para hacer desaparecer el cadáver).
Martin – ¿Crees que lo sabe?
Norberto (Ibáñez Menta) – No sabe mucho, pero supone demasiado… y lo malo es que supone bien
Para impedir que se concrete el proceso de venta (y que se inicien indagaciones al respecto de las “desaparecidas”), los tres amigos están dispuestos a recurrir a todos los medios que sean necesarios.
Comentario
Simpática comedia de humor negro sobre tres viejitos que se ven perturbados en su apacible cotidianeidad por dos mujeres intrigantes; la “diva” y la especuladora. El final sorpresa es excelente.
El gran Narciso Ibáñez Menta, el “Lon Chaney” hispano, fue un gran actor español que sin embargo es más famoso en Argentina que en su país natal, por haber residido (y trabajado) durante muchos años al otro lado del Atlántico.
Una película donde participa él, por lo general no defrauda; y ésta no es la excepción. Muy recomendable.